Me hallo absorto mirando una puerta abierta, contemplando su
interior, un interior hasta ahora para mi desconocido. Mis ojos de niño no
pueden evitar curiosear, aunque sea solo con la mirada.
- ¡Pasa, pasa! – me dice su propietaria, una mujer que
conozco de haberla visto varias veces. Mi vecina, la del piso de abajo.
En principio no tenía intención de entrar, simplemente había
ido en busca de un amigo que no estaba, y al emprender mi regreso a casa
descubrí que la puerta estaba abierta. Y entré, claro que entré.
Era la primera vez que accedía a su domicilio, y aunque me
dominaba una sensación de incomodidad ante lo desconocido y, por qué no, ante
los muchos animales que poblaban la casa, acercarme a jugar con una de las
hijas de los vecinos me ayudó bastante a calmarme.
Eran dos hermanas, una de mi edad y otra un poco menor.
Cuando entré a su habitación, había un gran cartel de luces de neón que ponía “HABITACIÓN
DE CHICAS”, metafóricamente hablando. Muñecas, rosa, vestidos… Hasta estaba
viendo en la tele una película de Barbie (las cuales he visto hasta la saciedad
gracias a mi hermana).
Estuvimos hablando del cole, hicimos dibujos, esas cosas que
hacía con mi amigo del piso de arriba, pero abajo. Cuando volvió la madre, me
comentó que les había dicho a mis padres que me encontraba aquí (recordad que
en un principio iba a casa de un amigo), y que no tenía que preocuparme de
nada. Finalmente, nos dio un huevo Kinder a cada uno y disfrutamos un poco más,
hasta que subí arriba (con su correspondiente regañina).
Solo los conocía de haberlos visto por los pasillos de mi
bloque, pero por la impresión que me llevé aquel día (que, curiosamente, fue el
único en el que entré en su piso) pensé para mis adentros que aquella era, sin
duda alguna, una familia feliz.
Tabaco, alcohol, drogas, borrachos, peleas, gritos, palizas,
amenazas, policía, crimen, arresto, fallecimiento, huérfanas, sustitución,
repetición, locura, protectora de animales, protectora de niños….
-Gerardo, ¿se puede saber qué puñetas haces mirando al
vacío?
-Eh, ¿qué? Ah. ¡Oh! Estaba… pensando en mis cosas.
Miro a mi alrededor. Estoy en un restaurante chino, con mi
familia, a la que, con sus más y sus menos, tanto aprecio. Me llevo bien con mi
familia, sí. Pero sé que hay gente que no la soporta, que no es capaz de
convivir con la suya.
Una familia es algo que se te da de nacimiento, no puedes
elegirlo. Y a veces, las opiniones de sus integrantes chocan entre sí haciendo
la convivencia imposible. Rechazo de la ideología política, social, religiosa,
sexual o de género. ¿Cuántas personas conozco cuyos padres no aceptan lo que
sus hijos quieren, con la excusa de…
-Entonces, ¿qué? ¿Lo pedimos o no?
-Eh, ¿Cómo? ¿Lo qué? – pregunto.
En mi mano izquierda sostengo el menú del restaurante, y con
la derecha mi dedo índice apunta a un plato concreto de la carta. “Familia
Feliz”
No lo pidáis, está asqueroso.
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