sábado, 29 de diciembre de 2018

Un día como hoy, a esta hora, sobre el nivel del mar

Estábamos sentados en un banco, cerca de la playa, mientras oíamos las olas romper. El aroma a sal con el que había crecido me recordaba a mi infancia, y el frío de esta época a mi cumpleaños. Estábamos cogidos de la mano mientras ignorábamos por completo la temperatura que hacía a nuestro alrededor.

-¿Y desde cuándo escribes? – me preguntó la chica que se sentaba a mi lado.
-Desde que tenía 8 años. Hacía pequeños comics con Kirby e iba contando varias historias según me iba apeteciendo. Creo que completé como cinco o seis libretas. ¡Se me fue la pinza mucho! – comento, mientras suelto una divertida carcajada.

En esos comics, escribía de todo un poco. Desde parodias o imitaciones de cosas que había visto a ideas propias sobre cosas que me gustaban. Todo con un estilo desenfadado y con la intensidad emo de un chaval de 10 años que escribía como buenamente podía. Aunque lo peor eran los dibujos, simples a más no poder, pero efectivos a la hora de contar la historia.

-¿Te han dicho alguna vez que tu risa es maravillosa? – me preguntó sonriendo la chica.
-No, la verdad es que no. ¿De verdad te lo parece? – le respondo algo sonrojado a la chica.
- Sí, mucho. Oye, ¿y cuándo empezaste con los relatos?
-Pues… creo que antes de empezar bachillerato, en cuarto de ESO. Aunque ya había intentado escribir algo antes, fue entonces cuando empecé a dedicarle tiempo a contar historias. Me alegra saber que te gustan. – le expliqué, con una sonrisa que no me cabía en la cara.
-Tienes un estilo único. ¡Espero que nunca lo pierdas!

Durante la ESO, e incluso un poco antes en primaria, ya escribía cosillas en Word sobre ideas que me interesaban. Mi primer relato completo es algo tan vergonzoso del que afortunada o desgraciadamente ya no guardo copia. Uno de los escritos que realicé ganó un concurso en el colegio. Y hablando de concursos, el segundo relato completo que hice (del que sí tengo copia a día de hoy) me hizo ganar otro, lo que me permitió participar en un concurso de una conocida marca de refrescos de cola. No pasé de la fase provincial, muy seguramente porque el relato que presenté entonces era malo. O se me fue la mano.

Entonces, me acurruqué en el hombro de la chica, buscando encontrar un poco de calor en su cuerpo. Cualquiera que hubiese visto mi cara hubiese pensado que tenía esa expresión de bobalicón desde que nací, pero no me importaba en absoluto, pues me consideraba muy feliz.

-Espero que tú también tengas suerte en el mundo del arte. – le comentaba mientras buscaba el punto donde me encontrase cómodo en su regazo.

Intenté escribir un libro sobre un par de adolescentes que conseguían superpoderes y tenían que salvar el mundo y una serie de cosas absurdas. Tenía pensado sacar siete libros siguiendo la historia, y de hecho todavía conservo la primera mitad del primero. Sin embargo, los amigos que formábamos los personajes nos distanciamos y dejé de verle sentido a escribir algo que había dejado de existir. Acabo de caer en la ironía del comentario, pues durante mucho tiempo escribí sobre un amor que ya no estaba, con dios sabe qué intención. El de superarlo, supongo.

La chica se movió en el asiento, dejándome entender que quería levantarse del mismo, y me adelanté a ella de un salto.

-Por cierto, ¿has leído el relato que te regalé? ¿Qué te pareció? – le pregunté curioso.
-Está muy bien. – respondió algo fría. - ¿Te apetece que nos tomemos un batido? Podemos ir a la cafetería del otro día. Todavía me tienes que contar aquella historia tan larga que no daba tiempo a contarme por Skype… - me preguntó juguetona.
-Oh, ¿de verdad quieres que te lo cuente? Bueno, vale. Pero luego no se admiten cambios ni devoluciones. Quedas avisada… - le respondí pícaro.


También me resulta irónico cómo este episodio de mi vida se parece a Florence. Es un videojuego para móviles, ¿lo conocéis? Os recomiendo jugarlo. En ella la protagonista y su pareja se apoyan mutuamente en sus aficiones, y aunque la relación termine los dos salen reforzados y siguen su pasión hasta que pueden dedicarse a ello. Como yo, que empecé a escribir más y más relatos después de que todo terminara. En la actualidad estoy escribiendo un libro de misterio que me gustaría acabar algún día, protagonizado por un joven llamado Rem. Os diría de dónde salió ese nombre, pero me temo que ella se llevó la historia que lo narra. 
Sí, se lo llevó un día como hoy, a esta hora, sobre el nivel del mar.

miércoles, 31 de enero de 2018

Sin darme cuenta

Era la una y media de la madrugada cuando dos golpes a la puerta me sobresaltaron. No estaba todavía en la cama, sino disfrutando de “Diez Negritos” (o como se llama ahora la novela, “Y no quedó ninguno”) y sin duda aquel sonido no era algo que esperaba oír como gesto de buenas noches. Sin embargo, no era a mi puerta a donde llamaban, sino a la de mi vecina.

Aprovechando que quería ir al servicio, cogí mi neceser junto a mis zapatillas de andar por casa y salí hacia el baño, todo ello mientras la siguiente conversación se producía:

-Hola, chicas. Mirad, las horas de silencio comenzaron hace media hora, así que me gustaría pediros que por favor redujeseis al mínimo el tono de voz.
-Ah, ¡lo siento mucho! Es que ella realmente necesitaba hablar conmigo. No te preocupes, bajaremos el tono de voz.
-Muchas gracias, buenas noches.

La voz masculina que escuchaba era la del chico encargado de hacer la ronda por los distintos edificios de nuestra residencia para asegurarse de que no se armaba el Belén. La voz de la chica era la de mi vecina, quien no solía tener ningún tipo de problemas de este estilo (aunque tampoco es que supusiese ninguno el que te llamasen la atención, no con la afortunada mentalidad de este país).

Llego al baño. Me lavo los dientes. Meo, cago. Me lavo las manos. Vuelvo a mi habitación. Ni rastro del chico, ni rastro de las voces. Me duermo.

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En algún momento de la mañana entre no muy temprano y la una de la tarde, salgo de mi habitación para ir al baño. Me encuentro con las causantes del “ajetreo” (a mi no me molestaban) haciendo unos huevos revueltos que pintaban bastante bien, mucho más que los que servían en cafetería. Les saludo. Mi vecina se disculpa por si molestó la otra noche. Le digo que no, que en absoluto. Voy al baño.

Salgo del baño, y en el pasillo que va a mi habitación me encuentro con un chico, con el cual tengo una relación de “conocido simpático”. Le digo buenos días con una felicidad que normalmente no muestro. Me ignora. Desconozco si no me ha oído o si mi inglés es cada día peor. Mientras se aleja, le noto como cabizbajo, por alguna razón que desconozco. Es famoso por fumar marihuana en los baños. Deduzco que está pre o post porro. No recuerdo dónde oí esa expresión antes, pero me hizo risa y ahora me vuelve a resultar graciosa. Vuelvo a mi habitación pensando en quién soltó semejante perla en mi presencia.

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Era por la tarde/noche, a la hora de comer (según el horario canadiense) y yo estaba comiéndome un burrito maravilloso. Delicioso. No había mejor burrito en ese pueblo perdido de Ontario (o lo mismo lo hay, pero tampoco soy un crítico gastronómico yendo de puerta en puerta a probar las delicias de la comida mexicana).

Me acuerdo de la discusión que mantuve con un chaval que vivía a un par de puertas de mi habitación sobre el uso de “español” (Spanish) en países americanos. El chico, un poco taciturno y al que describiría como “chaval con capucha 24/7/364” (hubo un día que le vi sin ella) me comentaba cómo le gustaba la comida española (Spanish food). Yo le decía que de español (de España) tenían los burritos y los tacos lo que las patatas fritas (french fries) de francesas. Esa comida es mexicana, la comida española es otra cosa. Le explico las bondades de la comida española. Me entra hambre. Lloro porque el restaurante español está:

1)En la otra punta del universo.
2)Cerrado a estas horas.

La última vez que lo vi estaba haciendo las maletas para mudarse a otra residencia, un par de días antes de todo esto que narro. Le pregunté el motivo. Su respuesta fue:
“No estoy a gusto aquí. No es lo mismo.”

Me abstraigo de ese recuerdo porque me he acabado mi burrito y tengo sed. Bebo agua. Hago muchas cosas. Como jugar a videojuegos o seguir leyendo el libro. Me resulta curioso cómo se han producido una serie de mudanzas en mi edificio. Aunque han entrado unos pocos, mucha gente se ha ido yendo no solo durante estas primeras semanas del segundo cuatrimestre, sino también a lo largo del primero.
Me pregunto si existirá una maldición o no. Me pregunto si no quedará ninguno vivo… Me quedo sopa.

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Al día siguiente, lunes, voy a clase. Ah, no (recuerdo para mi mismo), que mi profesor está en México. A tomar por culo, fiesta. Finalmente, no voy a clase, porque ir para nada es tontería. Mi compañero de habitación entra con cara de sorprendido. Le miro curioso. ¿Ha tenido éxito con la chica que le gusta? Sé que la respuesta es que no, pero yo le deseo lo mejor. O sea, que cese todo intento por conquistarla. No es para él. O mejor dicho, no le merece la chica al chico. ¿Me he expresado bien? Hace mucho que no escribo en español y no tengo claro si

- ¡Oye, Gerardo! ¿Conoces al chico de los porros?
- ¿Chico de los po? ¡OH! Sí, claro. El que ambienta los pasillos y los baños a partes iguales. Sí, claro. ¿Qué ocurre?

Dice unas palabras que yo solo había oído en telediarios. No sabía que esas palabras se pudiesen pronunciar en la vida real. Pensaba que eran mentira. No, no mentira. Un sueño. Aquello tenía que ser un sueño.

- Espera, ¿qué cojones me estás contando?
- ¡Pues lo que oyes! Me lo ha contado la vecina.

Ese mismo día, varios policías irrumpen en la universidad y detienen a alguien.

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Nuestra residencia no tenía conserje, aunque no creo que esa sea la palabra correcta. “Don”, una persona que velaba por la seguridad y el respeto en nuestro edificio. Nuestro don se había marchado en Halloween, y desde entonces aquello había sido un precipicio hacia abajo. Varios compañeros me comentaron que, cuando descubrieron lo que había pasado, no les sorprendió. Les pareció el normal devenir de una máquina en autodestrucción, de un edificio siendo demolido.

El día siguiente fue un día bastante extraño. Hablé con varias personas sobre distintos temas, aunque las conversaciones siempre desembocaban en aquello. Pensaba que era un hecho aislado, que por supuesto eso solo había sido un error puntual en la maraña de personas que vivíamos juntos. No podía ser verdad. No puede ser verdad.

-Ah, por cierto, Gerardo. Me temo que me voy a mudar. Noto que ya no estamos tan unidos en esta comunidad… Y honestamente, lo que ha pasado no ayuda.

Era una chica que vivía en el mismo edificio que yo, aunque no recuerdo dónde exactamente. Tampoco es que importase, ya que aquella no es ya su residencia.

-Lo sé… Es increíble que ese tipo de cosas puedan pasar…
-Ya bueno… El caso es que no es la primera vez que pasa. Aunque bueno, es solo un rumor.

Las alarmas empezaron a sonar. Entonces se produjo lo que yo llamo “Disonancia oral/mental”. Yo preguntaba unas cosas muy inocentes, mi mente por alguna razón se preparaba para lo peor.

-Oh, ¿te refieres en otros años?
-No, no. Este mismo año.
- ¿Qué? Pero, ¿dónde?
-En nuestra misma residencia, de hecho. Unos días antes de que todo ocurriese.

Se me escapó un “qué puñetas” en español, que traduje inmediatamente después por un apropiado “What the heck?”.

- ¿Conoces al chico de la capucha?

Yo ya sabía cómo acababa aquella conversación.

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Esa misma noche, desde la aplicación de móvil de la universidad se publicó el mensaje de una persona que había creado una campaña en Change.org para expulsar al chico de los po… de la música muy fuerte en la ducha por las mañanas.
Pocos segundos después, ese enlace llegó a mi grupo de whatsapp en el que varias chicas comentaban lo que sucedía, y nos informaban de lo que había pasado.
Yo no entendía nada. Sigo sin entender nada. Por eso escribo esto.



“El asalto sexual no debería ser parte de la experiencia universitaria”

En los días sucesivos, varias chicas han optado por abandonar la residencia. No se sienten seguras en un entorno tan hostil. No me extraña, yo sigo sin saber qué pensar.

 ¿Son ambas personas culpables? ¿Son inocentes? Todavía no han sido juzgados, y algunos de ellos no lo serán.

El chico de la capucha se libró de todo porque la chica le encubrió. Desconozco los detalles, desconozco la veracidad de la historia.

El chico de la música en la ducha ha sido expulsado de la residencia. Fue detenido un día. Ahora se enfrenta a lo que quiera que determine el proceso judicial.

Los estudiantes de la universidad hicieron una manifestación en contra de este tipo de sucesos, así como de la impunidad que señalan con la que la universidad actuó (o mejor dicho, la ausencia de acto alguno).

No he oído los testimonios de ninguna de las personas involucradas en esta historia. Se que muy probablemente nunca los oiré. Y, sin embargo, hay algo que no entiendo.


¿Cómo pudo ocurrir todo esto sin darme cuenta?