Era la una y media de la
madrugada cuando dos golpes a la puerta me sobresaltaron. No estaba todavía en
la cama, sino disfrutando de “Diez Negritos” (o como se llama ahora la novela,
“Y no quedó ninguno”) y sin duda aquel sonido no era algo que esperaba oír como
gesto de buenas noches. Sin embargo, no era a mi puerta a donde llamaban, sino
a la de mi vecina.
Aprovechando que quería
ir al servicio, cogí mi neceser junto a mis zapatillas de andar por casa y salí
hacia el baño, todo ello mientras la siguiente conversación se producía:
-Hola, chicas. Mirad, las
horas de silencio comenzaron hace media hora, así que me gustaría pediros que
por favor redujeseis al mínimo el tono de voz.
-Ah, ¡lo siento mucho! Es
que ella realmente necesitaba hablar conmigo. No te preocupes, bajaremos el
tono de voz.
-Muchas gracias, buenas
noches.
La voz masculina que
escuchaba era la del chico encargado de hacer la ronda por los distintos
edificios de nuestra residencia para asegurarse de que no se armaba el Belén.
La voz de la chica era la de mi vecina, quien no solía tener ningún tipo de
problemas de este estilo (aunque tampoco es que supusiese ninguno el que te
llamasen la atención, no con la afortunada mentalidad de este país).
Llego al baño. Me lavo
los dientes. Meo, cago. Me lavo las manos. Vuelvo a mi habitación. Ni rastro
del chico, ni rastro de las voces. Me duermo.
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En algún momento de la
mañana entre no muy temprano y la una de la tarde, salgo de mi habitación para
ir al baño. Me encuentro con las causantes del “ajetreo” (a mi no me
molestaban) haciendo unos huevos revueltos que pintaban bastante bien, mucho
más que los que servían en cafetería. Les saludo. Mi vecina se disculpa por si
molestó la otra noche. Le digo que no, que en absoluto. Voy al baño.
Salgo del baño, y en el
pasillo que va a mi habitación me encuentro con un chico, con el cual tengo una
relación de “conocido simpático”. Le digo buenos días con una felicidad que
normalmente no muestro. Me ignora. Desconozco si no me ha oído o si mi inglés
es cada día peor. Mientras se aleja, le noto como cabizbajo, por alguna razón
que desconozco. Es famoso por fumar marihuana en los baños. Deduzco que está
pre o post porro. No recuerdo dónde oí esa expresión antes, pero me hizo risa y
ahora me vuelve a resultar graciosa. Vuelvo a mi habitación pensando en quién
soltó semejante perla en mi presencia.
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Era por la tarde/noche, a
la hora de comer (según el horario canadiense) y yo estaba comiéndome un
burrito maravilloso. Delicioso. No había mejor burrito en ese pueblo perdido de
Ontario (o lo mismo lo hay, pero tampoco soy un crítico gastronómico yendo de
puerta en puerta a probar las delicias de la comida mexicana).
Me acuerdo de la
discusión que mantuve con un chaval que vivía a un par de puertas de mi
habitación sobre el uso de “español” (Spanish) en países americanos. El chico,
un poco taciturno y al que describiría como “chaval con capucha 24/7/364” (hubo
un día que le vi sin ella) me comentaba cómo le gustaba la comida española
(Spanish food). Yo le decía que de español (de España) tenían los burritos y
los tacos lo que las patatas fritas (french fries) de francesas. Esa comida es
mexicana, la comida española es otra cosa. Le explico las bondades de la comida
española. Me entra hambre. Lloro porque el restaurante español está:
1)En la otra punta del
universo.
2)Cerrado a estas horas.
La última vez que lo vi
estaba haciendo las maletas para mudarse a otra residencia, un par de días
antes de todo esto que narro. Le pregunté el motivo. Su respuesta fue:
“No estoy a gusto aquí.
No es lo mismo.”
Me abstraigo de ese
recuerdo porque me he acabado mi burrito y tengo sed. Bebo agua. Hago muchas
cosas. Como jugar a videojuegos o seguir leyendo el libro. Me resulta curioso
cómo se han producido una serie de mudanzas en mi edificio. Aunque han entrado
unos pocos, mucha gente se ha ido yendo no solo durante estas primeras semanas
del segundo cuatrimestre, sino también a lo largo del primero.
Me pregunto si existirá
una maldición o no. Me pregunto si no quedará ninguno vivo… Me quedo sopa.
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Al día siguiente, lunes,
voy a clase. Ah, no (recuerdo para mi mismo), que mi profesor está en México. A
tomar por culo, fiesta. Finalmente, no voy a clase, porque ir para nada es
tontería. Mi compañero de habitación entra con cara de sorprendido. Le miro
curioso. ¿Ha tenido éxito con la chica que le gusta? Sé que la respuesta es que
no, pero yo le deseo lo mejor. O sea, que cese todo intento por conquistarla.
No es para él. O mejor dicho, no le merece la chica al chico. ¿Me he expresado
bien? Hace mucho que no escribo en español y no tengo claro si
- ¡Oye, Gerardo! ¿Conoces
al chico de los porros?
- ¿Chico de los po? ¡OH!
Sí, claro. El que ambienta los pasillos y los baños a partes iguales. Sí,
claro. ¿Qué ocurre?
Dice unas palabras que yo
solo había oído en telediarios. No sabía que esas palabras se pudiesen
pronunciar en la vida real. Pensaba que eran mentira. No, no mentira. Un sueño.
Aquello tenía que ser un sueño.
- Espera, ¿qué cojones me
estás contando?
- ¡Pues lo que oyes! Me
lo ha contado la vecina.
Ese mismo día, varios policías irrumpen en la universidad y detienen a
alguien.
Nuestra residencia no
tenía conserje, aunque no creo que esa sea la palabra correcta. “Don”, una
persona que velaba por la seguridad y el respeto en nuestro edificio. Nuestro
don se había marchado en Halloween, y desde entonces aquello había sido un
precipicio hacia abajo. Varios compañeros me comentaron que, cuando
descubrieron lo que había pasado, no les sorprendió. Les pareció el normal
devenir de una máquina en autodestrucción, de un edificio siendo demolido.
El día siguiente fue un
día bastante extraño. Hablé con varias personas sobre distintos temas, aunque
las conversaciones siempre desembocaban en aquello. Pensaba que era un hecho
aislado, que por supuesto eso solo había sido un error puntual en la maraña de
personas que vivíamos juntos. No podía ser verdad. No puede ser verdad.
-Ah, por cierto, Gerardo.
Me temo que me voy a mudar. Noto que ya no estamos tan unidos en esta
comunidad… Y honestamente, lo que ha pasado no ayuda.
Era una chica que vivía
en el mismo edificio que yo, aunque no recuerdo dónde exactamente. Tampoco es
que importase, ya que aquella no es ya su residencia.
-Lo sé… Es increíble que
ese tipo de cosas puedan pasar…
-Ya bueno… El caso es que
no es la primera vez que pasa. Aunque bueno, es solo un rumor.
Las alarmas empezaron a
sonar. Entonces se produjo lo que yo llamo “Disonancia oral/mental”. Yo
preguntaba unas cosas muy inocentes, mi mente por alguna razón se preparaba
para lo peor.
-Oh, ¿te refieres en
otros años?
-No, no. Este mismo año.
- ¿Qué? Pero, ¿dónde?
-En nuestra misma residencia,
de hecho. Unos días antes de que todo ocurriese.
Se me escapó un “qué
puñetas” en español, que traduje inmediatamente después por un apropiado “What
the heck?”.
- ¿Conoces al chico de la
capucha?
Yo ya sabía cómo acababa
aquella conversación.
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Esa misma noche, desde la
aplicación de móvil de la universidad se publicó el mensaje de una persona que
había creado una campaña en Change.org para expulsar al chico de los po… de la
música muy fuerte en la ducha por las mañanas.
Pocos segundos después,
ese enlace llegó a mi grupo de whatsapp en el que varias chicas comentaban lo
que sucedía, y nos informaban de lo que había pasado.
Yo no entendía nada. Sigo
sin entender nada. Por eso escribo esto.
“El asalto sexual no
debería ser parte de la experiencia universitaria”
En los días sucesivos,
varias chicas han optado por abandonar la residencia. No se sienten seguras en
un entorno tan hostil. No me extraña, yo sigo sin saber qué pensar.
¿Son ambas personas culpables? ¿Son inocentes?
Todavía no han sido juzgados, y algunos de ellos no lo serán.
El chico de la capucha se
libró de todo porque la chica le encubrió. Desconozco los detalles, desconozco
la veracidad de la historia.
El chico de la música en
la ducha ha sido expulsado de la residencia. Fue detenido un día. Ahora se
enfrenta a lo que quiera que determine el proceso judicial.
Los estudiantes de la
universidad hicieron una manifestación en contra de este tipo de sucesos, así
como de la impunidad que señalan con la que la universidad actuó (o mejor dicho, la ausencia de acto alguno).
No he oído los
testimonios de ninguna de las personas involucradas en esta historia. Se que
muy probablemente nunca los oiré. Y, sin embargo, hay algo que no entiendo.
¿Cómo pudo ocurrir todo
esto sin darme cuenta?
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