martes, 6 de julio de 2021

La ballena de cincuenta

 Mientras iba en mi vespa de camino al restaurante en el que trabajo solo podía pensar en dos cosas: el tremendo sueño con el que tendría que currar y el tremendo odio que sentía por el capullo que se había tenido que ausentar de su turno. Seguro que tendría sus razones, al igual que yo las mías para odiarle con todas mis fuerzas. Siendo honesta, lo más probable es que mi jefa tenga una diana con las fotos de los distintos empleados y decida quién sustituye a quién en base a su puntería. La vi jugar una vez y por alguna razón era incapaz de acertar a otra cosa que no fuera la zona de 5 puntos. Y yo soy la empleada número 5. ¿Coincidencia? ¡Por supuesto que no!


Aparco la moto a un lado del restaurante chino en el que voy a pasar las próximas cinco horas (o las que surjan) y me mentalizo para tener una actitud positiva con los clientes. Ellos no tienen la culpa de que me hayan jodido el día de descanso. Ellos se merecen el mejor trato posible. Nada de enfadarte con la clientela. Se respetuosa. Siempre con una sonrisa. Trato amable.


Conforme entro por la zona de la cocina mi compañero Marco me lanza una libretita con siete platos que debo recoger y disponer en la zona de buffet libre. Procedo a saludarle de la manera más agradable que me sale: con el dedo corazón levantado.


Que no os engañe mi aireada respuesta: me cae muy bien y es uno de los pocos a los que soporto. Probablemente él opine lo mismo, pero al menos sabe que trabajo bien. Eso sí, que nadie se sorprenda: los dos estamos aquí para pagarnos la carrera. Este no es el trabajo de mis sueños y desde luego trabajar en un restaurante chino no ayuda a que por la calle me distingan por mis rasgos asiáticos. Soy vietnamita, no china.


Esto estaba pensando cuando, al salir de la zona de buffet libre, un hombre me saca de mis pensamientos.


-Perdona, ¿me traes una cerveza a mi mesa?


Acabo de llegar y no tengo ni puñetera idea de cuál es tu mesa, majo. Crack. Fiera. Figura. Mastodonte.


-Sí, claro. ¿Cuál es tu mesa?

-¿Cómo no lo sabes? La de la ballena de cincuenta.

-¿Perdón? ¿Qué ballena?


Este local no tenía decoración marítima de ningún tipo, el mobiliario era el que se podía esperar de un sitio como este y los cuadros no presentaban temas marinos. Y solo había veinte mesas, no sé de dónde se ha sacado este señor el cincuenta. Mientras llenaba un vaso del barril me puse a buscar a algún compañero que me pudiera aclarar cuál era su mesa, pero no tuvo a bien mi perra suerte de acompañarme, así que cogí la bebida y fui a recorrerme el comedor en su búsqueda.


Por supuesto, el ballenístico caballero no había tenido todavía la decencia de regresar a su lugar indicado, así que no podía valerme de eso. ¿Habrá puesto alguien una pegatina de una ballena en algún sitio? O más bien, ¿tantas como para hacer la bandera de Estados Unidos? Lamentablemente, por mucho que crean los comensales que estoy interesada en mirarle la cremallera del pantalón, no encuentro tal distinción ni por arriba ni por debajo de ninguna mesa.


Estoy a punto de beberme yo la cerveza que cabe decir, va llena, hasta que me encuentro a un viejo señor en una mesa para dos con una tarta donde hay dibujada una ballena y un cincuenta. Me felicito a mi misma por mis grandes dotes detectivescas y de observación y dejo la cerveza en la mesa.


-Para el caballero que le acompaña.

-¿Oh? Muchas gracias por la tarta, señorita.

-No, perdone, pero la tarta ya estaba ahí antes de que yo llegara.

-Sí, sí. ¡Cincuenta años trabajados como pescador! ¡Se dice pronto! Siéntese mujer, que le invito a una cerveza.


No termino de procesar la situación, pero todo el mundo parece servido y acabo de reponer la comida del buffet, así que cojo una silla cercana y me siento, aunque no a beberme la cerveza que he traído, que ya lo hace este señor.


- Pues sí, era yo apenas un mozalbete de trece años cuando ya mi padre me llevó con él en el barco pesquero. Aquel día no pesqué absolutamente nada. No solo eso, si no que se me escapó un pez que tenía que meter en una caja y regresó al mar. (sorbo) Pero realmente la clave está en la zona en la que estás. Si te acercas demasiado corres el riesgo de asustarlos, pero si no estás lo suficientemente cerca no vas a pescar nada. (sorbo) Y entonces, agarré el tesoro con una mano y con la otra lo cambié por una piedra que tuviera el mismo peso. Ah, no, espera. Eso era de una película. (sorbo). Pues, ¿no va y se me declara en mitad de Punta Cana? Mi Mari siempre tuvo ese deseo de romper con lo establecido. Y yo, que soy muy normalito, pues me ruborizó por completo. (sorbo). Entonces, en mi último día de trabajo, mis compañeros me entregaron esta tarta. Aunque, siendo honesto, el médico me ha prohibido el azúcar, así que te la regalo, toda para ti.


-Pero, señor, ¿no tiene con quién compartirla?

-Nada, nada. Considérelo un regalo por mi parte. ¿Me cobras cuando puedas?


Conforme se aleja el señor de la mesa, me fijo en la tarta de la ballena de la que soy ahora nueva propietaria. Parece una tarta de chocolate con letras blancas. Acompañando a la tarta hay una pequeña nota caligrafiada. “Felicidades por tu jubilación tras estos maravillosos cincuenta años a tu lado. Adjuntamos esta nota y una fotografía para que siempre nos recuerdes.” La tarta puede ser dulce pero la nota, acompañada de la conversación con el hombre acaba dejando un poso agrio en el conjunto.


Recojo la tarta y me aproximo a la cocina para guardarla en el frigorífico hasta que acabe mi turno. Esto estaba pensando cuando, mientras saboreaba mentalmente el chocolate, un hombre me saca de mis pensamientos.


-¡Oiga! ¡La cerveza que le he pedido hace quince minutos!


Vaya, parece que me equivoqué llevándole la cerveza al otro señor. Ooopsieee.


-Perdona, enseguida se la traigo.


Ahora que tengo localizada la mesa la examino detenidamente en busca de algo que encaje con la descripción que me dio antes, pero no hay nada reseñable. Una mesa para dos, el caballero, mucha comida en la mesa y una señora rellenita entrada en edad, pero todavía algo joven. No servimos ballena ni los platos tienen dibujitos de ballenas. El mantel es uno blanco sin estampado ninguno. Nadie porta una camiseta sacada del acuario y no suena el tono del baby shark en sus teléfonos. ¿Dónde puñetas está la ballena de cincuenta?


Tan pronto mi dos neuronas activas son capaces de procesar la información, procedo a estampar la tarta en la cara del señor.

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