sábado, 26 de noviembre de 2016

Chimenea

Érase un salón con una chimenea. Érase un chico sentado en un sofá mientras la contemplaba. Érase una fría tarde de invierno.



La chimenea no tenía nada de particular ni distintiva. El tamaño justo para caldear toda la habitación. Pero sí había algo que llamaba la atención: el fuego que crepitaba en ella se estaba extinguiendo, bajo la atenta mirada del chico.


Javier, compañero de piso de aquel chaval se quedó pensativo mientras contemplaba la escena.
 
-¿No piensas echar más leña al fuego?


El chico siguió mirando aquella decadente lumbre. 

-¿Para qué?¿Qué ha hecho ella por mi? Solo me calentó unas horas para luego desaparecer.



Javier se quedó anonadado ante la respuesta de su amigo. 

-Pero, ¿qué demonios esperas que haga una chimenea?



En esta ocasión sí que giró la cabeza hacia Javier, su mirada denotaba una mezcla de tristeza y desidia.


-Estoy harto de ser yo quien tenga que echar leña.

-Estoy harto de tener que ser yo quien se encargue de ella para, cuando me alejo unos segundos, perder toda fuerza y apagarse.

-¿Sabes qué? Dijo por última vez el chico. -Que le den. No pienso hacer nada.



Nada hizo aquel chaval. Nada hizo aquella chimenea. Y sin más, al poco rato lo poco que quedaba se apagó.





Entre las cenizas de aquel fuego una nota quedaba visible: 
¿Por qué iniciamos juntos este fuego si no tenías intención de verlo arder?



Publicado originalmente el 10 de octubre de 2015 en Twitter

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