“Oh, joven. Tú que puedes, disfruta de tu vida. Siéntela,
ámala, vívela. No hagas como yo, que en ocasiones no pude, y en ocasiones no
quise.”
Con estas palabras siempre me recibe mi abuelo. No es mala
persona, aunque supongo que en parte su carácter se debe a que vivió tiempos
que en ocasiones desearía olvidar.
Quizás dichas palabras os suenen vacías y carentes de
significado, y optéis por ignorarlas o no darles la importancia que se merecen.
Quizá incluso jamás lleguéis a comprender qué quiere decirme con eso. No
obstante, os propongo que intentéis comprender un hecho que me dejó fascinado.
A lo largo y ancho de mis viajes (afortunado, diréis) he
conocido a gente muy diversa. Gente que quiso conocerme, gente que no lo quiso
hacer y gente que creyó conocerme, pero en realidad solo era un döppelganger,
una sombra de mi identidad.
Como decía, en una ocasión llegué a conocer a un joven de mi
edad (más o menos) que me miraba fijamente cada vez que hacía algo de lo que yo
no me sentía orgulloso. Cada vez que ignoraba un problema que me afectaba, o
decidía evadirme de ciertos asuntos, allí estaba con su inquisitiva mirada. No
juzgaba, solo observaba.
También, sin embargo, me sonreía cuando hacía las cosas
bien. Sonreía cuando entregaba un trabajo a tiempo, cuando le dedicaba un rato
a mi familia, etc. Se podría decir que, en cierta manera, velaba por mí.
Un día me acerqué y le pregunté el motivo de sus acciones. Y
él, con una sonrisa sincera me respondió:
“Es mi deber, ¿no crees?”
Supongo que mi abuelo conoció a esta persona tarde. O si en
su momento la llegó a conocer, simplemente lo catalogó como perfecto
desconocido y nunca pasó de ahí.
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Ayer me acerqué a la residencia del joven y puedo asegurar
que la estancia era, cuanto menos, peculiar. Pese a la ingente cantidad de
muebles que poblaban su hogar y al reducido tamaño que ésta aparentaba tener
desde fuera, todavía quedaba espacio para unos cuantos más. Yo suelo reciclar
muebles, por lo que siempre que necesito uno primero me paso por su casa.
Por lo general, cuando necesitaba algo primero me pasaba por
allí a ver si disponía de ello. Si no, tenía que recorrer una gran distancia
para poder hacerme con lo que requería.
Sin embargo, si bien es cierto que él vivía allí, a veces ni
él mismo era capaz de recordar dónde había puesto cada cosa, por lo que acababa
yéndome para a las pocas horas recibir una llamada avisándome de que ya lo
había encontrado (a veces un poco tarde para mi gusto), lo que me traía de
cabeza.
Por mi parte, (no os penséis que era una relación
unidireccional) cuando buenamente podía le llevaba nuevos muebles, cosa que él
agradecía (aunque no siempre se quedaba con todo). Era un poco selectivo, por
lo que solo se quedaba con lo que más le gustaba o con lo que en ese momento le
hacía falta.
Un poco caprichoso, no nos vayamos a engañar.
Mi abuelo decía que la casa de este tipo estaba siempre a
rebosar, y eso que era muy joven. Yo creo que no se es demasiado joven para
acumular cosas.
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Perdonad que me haya extendido en exceso, pero quiero
haceros notar un último detalle: en ningún momento he mencionado el nombre del
joven ni del abuelo, algo que quizás os haya parecido natural o quizás no.
No obstante, estoy seguro de que vosotros conocéis también a
un joven como el que yo describo, y seguramente también hayáis oído hablar de
mi abuelo.
Y esos detalles comunes que nos unen en este punto es lo que
se conoce como identidad.
Basado en una idea original propia fechada a finales de junio de 2012