Que levante la mano quien haya planeado hacer algo y le haya
salido tal y como había diseñado.
A las dos personas que lo habéis hecho, bajadlas, no seáis
embusteras.
En los 19 años que llevo en este mundo, nunca jamás de los
jamases, por mucho tiempo y/o esfuerzo que le haya dedicado a algo, ha salido
tal y como planeaba.
Algunos pensaréis que todo todo, no, pero que algunas cosas
sí. Que al menos lo fundamental sí sucede. Y a veces es bueno que las cosas no
salgan como planeas, eso sin duda.
Por ejemplo, un amigo, hace muchos años, me invitó, junto
con varios colegas suyos, a una casa que tenía por un monte. Mi plan era muy
sencillo: disfrutar de un ambiente cálido y juvenil, pasar la tarde y,
finalmente, regresar a casa tranquilamente.
Ese día aprendí dos cosas: que la prohibición de beber
alcohol hasta tener 18 años la cumple el tato y yo, y que descender cual cabra
por mitad del monte, con barrancos y desniveles hasta el suelo es bastante
divertido.
Sin embargo, mi intención hoy no era limitarse a los planes,
sino a otra cosa mucho más importante. Sueños y esperanzas. Dicen que la vida
es sueño y que la esperanza es lo último que se pierde. Permítanme discrepar.
Los sueños, y más concretamente la meta que tienen los
humanos para seguir por la vida, son simplemente un incentivo para no tirarse
por la ventana con el aburrido devenir de los días. Cuando hablo con la gente,
veo que tienen sueños y ambiciones, anhelan realizar tal o cual cosa. Y parecen
felices de perseguir los suyos.
Yo también tengo sueños. Miento. Tengo un sueño. Uno. Por
obligación, no sea que deje de ser humano si no lo tengo. Y me comparo con
ellos y pienso “¿Realmente es este mi sueño? ¿Mi motivación para seguir
adelante? No veo ese interés que parecen mostrar los demás en sus sueños en mí.”
Pero esto es claro: tenemos dudas. La incertidumbre, lo
desconocido, el miedo, todo eso que monta nuestro cerebro para que no nos
parezca buena idea tirarse por la ventana, por las risas. De la misma forma hay
algo que hace que persigamos nuestros sueños: la esperanza.
Esperanza. Qué bonito. Vámonos a la RAE.
“Valor medio de una variable aleatoria o de una distribución
de probabilidad”.
Pero esa no es la acepción que buscábamos, ¿no? ¿O tal vez
sí? El motor que impulsa nuestros deseos (que suelen ser aleatorios, o
distribuidos en un rango según nuestras probabilidades) es un simple valor
medio de lo que queremos que ocurra. Qué cosas digo.
“Estado de ánimo cuando se presenta como alcanzable lo que
se desea”.
Esa es la esperanza que todos conocemos. Cuando tenemos algo
en la punta de los dedos, casi lo podemos tocar, y sentimos un ardor en nuestro
interior. Esa es la ilusión, la esperanza.
Qué bonito ver tu sueño a unos pasos de cumplirse.
Qué bonito es ver como falta un último paso final y todo
habrá merecido la pena.
Qué bonito ver como todo lo que deseabas, hasta ese momento,
comienza a romperse en pequeños fragmentos. No sabes cómo ha ocurrido, no sabes
qué ha salido mal. Lo único que sabes es que se acabó. Fin. A por otra cosa,
mariposa. La vida no quiere que sigas por aquí.
Y esa esperanza se convierte en otra cosa. En tristeza, en
odio, en rabia, en asco, en desinterés. Lo de la ventana tampoco pintaba tan
mal. Estamos en la otra cara de la moneda: la desesperación.
¿Por qué tiene que salir la vida así? A veces veo como los
sueños de la gente son destrozados sin ningún pudor. Oh, ¿tenías ilusión por
estudiar aquí? Pues mira, ahí tienes la puerta, bienvenido a la vida real. Oh,
¿pensabas pasar unas Navidades especiales? Próxima estación: Golpe de Realidad.
Anda, ¿crees que estudiando mucho aprobarás ese examen? ¡Pero si tienes como
profesor a Mr. Septiembre!
¿Y a quién nos quejamos? ¿A nuestra suerte? ¿A los otros? ¿A
Dios? A nadie. Y entonces pueden pasar dos cosas. Vuelves a levantarte o te
quedas en el suelo.
La vida es sueño, pero no sabemos si sueños buenos o
pesadillas.
La esperanza es lo último que se pierde. Esto que dicen es
mentira.
Lo último que se pierde es la vida.
Podría haber llamado a este compendio de ideas y
pensamientos de cualquier otra forma, pero no. Tuvo que ser “29 de diciembre”.
El día en el que uno de mis planes para alcanzar mi sueño se fue a pique y perdí
toda esperanza.
Pero me he levantado. Creo. ¿No era la aceptación una de las
fases de… eso… de psicología…?
Y entonces pensaréis. ¿Qué clase de persona escribe algo
así? Yo os lo digo: alguien demasiado fantasioso que se aferra a sus sueños
cuando sabe que se acabarán yendo a pique. Pero, en cualquier caso, jamás
dejaré de creer en ellos. Por muchos desencuentros que acabe teniendo, por
mucho fracaso que acabe cosechando.
Y luego me dicen pesimista.